Suspense (The Innocents)

CALIFICACIÓN: ****


FICHA TÉCNICA:
Dirección: Jack Clayton. Intérpretes: Deborah Kerr, Peter Wyngarde, Megs Jenkins, Pamela Franklin, Martin Stephens, Michael Redgrave. Guión: Truman Capote, William Archibald a partir de la novela de Henry James. Fotografía: Freddie Francis. Música: Georges Auric. Nacionalidad: Gran Bretaña, 1961. Duración: 99 min. Género: Suspense, terror.

Los niños siempre han sido un elemento muy recurrente dentro del género de terror. La inocencia que llevan implícita provoca que el espectador se incline inconscientemente a exculparles de cualquier hecho del que parezcan sospechosos: pese a que se nos muestren como los irremisibles culpables de la trama, siempre se pueden encontrar excusas para justificar sus actos, ya sea por su innata inocencia o porque pueden ser más volubles que las personas adultas. Quizá esto tenga que ver con el pensamiento que tenemos en la realidad, donde no se concibe que un niño pequeño pueda tener la madurez y la inteligencia de un hombre mayor.
Por ello existe una gran cinematografía que los utiliza como antagonistas de la historia, especialmente en películas de suspense y de terror. Ejemplos como El Pueblo de los Malditos (Wolf Rilla, 1960) o ¿Quién Puede Matar a un Niño? (Narciso Ibáñez Serrador, 1976) sirven para demostrar que estas pequeñas personas no son tan inocentes como aparentan.
La cinta que nos ocupa también se puede enmarcar dentro de este grupo. En ella no nos vamos a encontrar con niños violentos, que asesinan a sangre fría a los adultos sin ningún tipo de arrepentimiento: aquí el dúo protagonista juega al despiste con su institutriz (una magnífica Deborah Kerr), y con las visiones fantasmagóricas que sufre, la cual al principio no sabe si creer lo que ven sus ojos o la aparente sinceridad infantil de los hermanos.
La historia nos introduce en una gran mansión victoriana, donde viven los huérfanos protagonistas con el servicio. Su tío y tutor encarga a una inexperta institutriz encargarse de todo lo que concierne a la educación de sus sobrinos y de cualquier problema que surja. La Srta. Giddens acepta por la enorme pasión que siente por los niños y se traslada a la gran casa, donde se da cuenta de que los hermanos de los que debe cuidar no son todo lo que aparentan, y que pueden estar relacionados con los fantasmas que aparecen por la mansión.
Hay que puntualizar que el terror y el suspense de los que hace gala la película no se basa en contenidos explícitos, ni que intenta sorprender al espectador con impactos puramente visuales: aquí entra en juego lo psicológico, las luces y sombras, las imaginaciones, los dobles sentidos y las miradas cargadas de significado, esto último especialmente entre los pequeños Miles y Flora.
Su director, Jack Clayton, juega continuamente con los claroscuros para mantener la incertidumbre del espectador, para conseguir una ambigüedad en las escenas que nos lleva a cuestionarnos si lo que estamos viendo es real o son todo imaginaciones de la institutriz. El punto de vista de la película lo marca ella, desde la entrevista con el tío para hacerse cargo de los niños hasta el final. El director no nos da opción para otras visiones de los hechos: lo que vemos es lo que ella ve, y los significados que podemos sacar son los que ella nos proporciona. Con esto lo que consigue el director es que el espectador de por sentado que la historia es tal y como la imagina la institutriz, y que aunque puedan existir varias explicaciones a los sucesos sólo uno sea la válido.
Pero el director no es el único que destaca. El gran trabajo de guión que realizaron Truman Capote y William Archibald partiendo de la novela de Henry James es también uno de los puntos fuertes. Los diálogos, especialmente los que tiene la protagonista con los niños, están plagados de ambigüedad, de ideas que se deben leer entre líneas y que nos pueden aclarar la historia más que las palabras que se pronuncian. Gracias a su trabajo consigue que el espectador no pueda diferenciar la realidad de las imaginaciones de la institutriz y, por lo tanto, que no sea capaz de aclarar el significado de la historia.
Se puede decir que en las películas que introducen fantasmas en la trama es normal que el espectador sea incapaz de diferenciar lo que se puede tomar como real y lo que no. A pesar de ello, existen ejemplo como Los Otros (Alejandro Amenábar, 2001) donde los propios protagonistas son fantasmas pero que el final, en una vuelta de tuerca a todo el metraje anterior, nos cierra la historia. Sin embargo en The Innocents el final es, posiblemente, lo más desconcertante de la película: si durante su visualización el espectador no es capaz de diferenciar lo que puede tomar como real de lo imaginario, con la conclusión tan abierta que tiene la historia y que puede aceptar múltiples interpretaciones es normal que cada uno tenga su propia versión de los hechos y que aporte distintos significados a los mismos.
Es inevitable que con ello se queden muchas preguntas sin resolver como ¿Por qué los niños no pueden ver a los fantasmas?¿Por qué es sólo la institutriz la que los puede ver?¿Y sobre todo por qué al único que ve claramente es a Quint y no a la Srta. Jessel que sólo la observa de lejos?¿Es porqué a él le ha visto en una foto y puede ponerle rostro?¿Entonces no han sido todo imaginaciones suyas y ha hecho sufrir a los niños sin ningún motivo?
Esta última cuestión es la que se contrapone a la idea de que todo lo que sucede en la película es real, tanto que los niños estén influenciados por los fantasmas como las visiones de los mismos. La conclusión a la que puede llegar el espectador es una u otra: que es todo real o que es todo imaginado. Sin embargo, como la película no da argumentos para inclinarnos por una o por la otra, parece que cada uno puede tener su propia versión de los hechos y no estar equivocado.

Carlos Sanz

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