El Recuerdo de Marnie

CALIFICACIÓN: ****


FICHA TÉCNICA:
Director: Hiromasa Yonebayashi. Intérpretes: Sara Takatsuki, Kasumi Arimura, Nanako Matsushima, Susumu Terajima, Toshie Negishi, Ryôko Moriyama, Kazuko Yoshiyuki, Hitomi Kuroki. Guión: Niwa Keiko, Ando Masahi. Música: Takatsugu Muramatsu. Nacionalidad: Japón. Duración: 103 min. Género: Drama, Fantástico.

Siempre he comentado el tema del problema generacional en el que se encuentran enfrascados los dos grandes estudios de animación del mundo: Pixar y Ghibli. Ambos se componen de directores consagrados en sus filas que cuentan con una extensa y reconocida filmografía a sus espaldas, cuyas nuevas películas en la mayoría de los casos aseguran buena recepción de crítica y de público. Sin embargo al dar el relevo a nuevos talentos, la transición no está resultando tan satisfactoria como se esperaba, especialmente en el caso de Ghibli donde sus dos realizadores fundadores ya cuentan con edades avanzadas.

Esto no quiere decir que las películas del estudio que no están dirigidas por Miyazaki o Takahata sean malas, pero sí que bajan un poco la calidad en cuanto a la historia y su ejecución. Los nuevos directores no cuentan con una personalidad singular que impronten en sus obras y que permita diferenciarlos de otros compañeros. Hasta la película que nos ocupa.


Hiromasa Yonebayashi, con sólo dos películas, parece haberse erigido como la punta de lanza sobre la que el estudio asentará sus esperanzas de futuro. Ya con su ópera prima, Arrietty y el Mundo de los Diminutos, demostró un gran conocimiento de las técnicas de animación que han llevado al estudio a lo más alto y nos legó una obra preciosista e interesante. Sin embargo es con El Recuerdo de Marnie donde asienta su estilo y con la que pretende ser una alternativa real a los dos maestros de Ghibli.

Se trata de una película muy deudora de El Viaje de Chihiro de Miyazaki, con enormes paralelismos entre ambas. En las dos se combinan las situaciones oníricas con la realidad, en las dos se utiliza el mar, su subida y su bajada, como barrera física entre ambos mundos. En las dos la protagonista es femenina y durante los primeros momentos el traslado a otra ciudad, por diferentes razones, supone un trauma, un desconcierto ante la situación desconocida con la que deben enfrentarse. Y en las dos se crea la figura del compañero guía (Haku y Marnie respectivamente) que sirve como ancla y a la vez orientador al que se aferran las protagonistas.

Hay que aclarar que estas referencias no se convierten en una copia de la película de Miyazaki, sino que Yonebayashi las toma como base sobre la que crear una película completamente diferente. Es decir, que sobre elementos que ya se ha comprobado que funcionan, genera una nueva película con identidad propia y con una historia mucho más terrenal, alejada de ese mundo onírico y metafórico que ideó Miyazaki. En este caso la historia se centra en la soledad de la protagonista, en la ausencia de figuras paternales que hayan marcado sus relaciones y sentimientos desde la niñez. La crudeza del punto de partida, muy del estilo del estudio también, nos vuelve a demostrar que la animación no es una técnica exclusiva para el público infantil.


Lo interesante de la película es que cómo Yonebayashi combina esos dos mundos, el terrenal y el onírico, de forma persistente pero a la vez muy sutil. Durante todo el metraje encontramos momentos que nos hacen plantearnos si lo que estamos viendo es la realidad o no, jugando al límite con esa sensación de engaño y de creación ficcional pero sin llegar a generar situaciones de tensión y suspense como en, por ejemplo, Perfect Blue de Satoshi Kon. El director juega continuamente con esos dos mundos para completar la historia real de la niña, y a la vez para desarrollar la trama y mostrar información trascendental al espectador. Este equilibro entre ambos universos es lo que más destaca de la creación de Yonebayashi.

Por otra parte, la calidad técnica de la película mantiene un nivel altísimo, como es habitual en las producciones del estudio. Este es un ámbito en el que no importa quién sea el director que está tras el proyecto, ya que todos han conseguido mostrar una calidad artística que los diferencia del resto de estudios de animación. Los diseños de escenarios, los planos generales de paisaje o simplemente la vegetación meciéndose por el viento son ya una seña de identidad de Ghibli y afortunadamente todos los realizadores la consiguen mantener.

Por otra parte, parece pronto para afirmar que Yonebayashi será un digno sucesor de genios como Miyazaki o Takahata, pero gracias a esta película invitan a la esperanza de que en un futuro saldrán grandes películas de Ghibli sin que ninguno de sus dos fundadores se encargue de dirigirla. Esperaremos con impaciencia su siguiente obra para comprobar si ha sido algo puntual o si de verdad se puede completar esa temida transición.

Carlos Sanz

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