La Doncella

CALIFICACIÓN: *****


FICHA TÉCNICA:
Director: Park Chan-wook. Intérpretes: Ha Jung-woo, Kim Min-hee, Jo Jin-woong, Kim Tae-ri, Moon So-ri, Kim Hae-suk. Guión: Park Chan-wook, Jung Seo-kyung. Fotografía: Chung Chung-hoon. Nacionalidad: Corea del Sur. Duración: 145 min. Género: Suspense, Drama, Romance.

Una de las principales teorías que defendía Francesco Casetti es que la mirada del espectador está condicionada por el discurso narrativo. Es decir, que no se trataba en un ente omnipresente que todo lo podía sino que sólo veía lo que le querían enseñar, y además como se lo querían enseñar. Esto también se puede aplicar a otras disciplinas artísticas y es lo que destaca en, por ejemplo, la novela de Sarah Waters en la que está basada la película que hoy nos ocupa, Fingersmith.

En ella, al igual que realizó de forma magistral Akira Kurosawa en Rashomon, queda demostrado que una misma historia puede tomar numerosas vertientes, y que pueden llegar a ser completamente diferentes entre sí. La realidad se puede modificar tanto como la imaginación lo permita, y en este sentido no hay límites para el género humano.


En La Doncella (Ah-ga-ssi en coreano), también se utiliza esta herramienta de suspense tomada de la obra de Waters, pero el guión se adapta al país asiático, a su situación en los años 30 en vez de a la época victoriana que imaginaca la escritora, y nos regala un discurso único, lleno de matices, giros y numerosos momentos que se grabarán en la memoria. Al igual que en el libro, la película se podría dividir en tres partes, cada una dependiendo de quién esté dando su punto de vista de la historia (no voy a desvelar más al respecto).

La parte negativa es que el comienzo de cada una de estas tres partes se muestra de una manera demasiado anárquica, sin aclarar en qué momento se produce o quién es el que mantiene el punto de vista predominante. Afortunadamente, según vamos recabando más información sobre las subtramas, se esclarecen todas las dudas y sólo queda comparar con lo que ya hemos visto.

Fuera de estos pequeños detalles del guión, la película es redonda en todos los sentidos que podamos imaginar. Como si se tratara de una pieza de artesanía, Park Chan-wook va moldeando poco a poco toda la historia sin bajar el ritmo pese al extenso metraje. Salvo los momentos de cambio de emisor, que nos hacen desconectar un poco, las imágenes son tan absorventes y la historia tan atrayente que no nos permite despegar los ojos de ella.


Porque si algo puede alardear la película es de la belleza de sus planos, de sus complejas composiciones y de una puesta en escena milimétrica, barroca pero a la vez pura y sin artificios. Cada plano está cargado de numerosos detalles, especialmente creados para conseguir la ambientación necesaria de los años 30 en Corea del Sur durante la colonización japonesa, pero cuando se requiere intimismo, el director sabe cómo cambiar de registro y centrarse en lo que importa. Se dan algunos planos de una elaboración y ejecución digna de los mejores maestros, cargados de un fuerte simbolismo y suponen pequeñas pinceladas que construyen la historia.

Esto es lo que hace grande a la película: que consigue erigir una obra muy compleja a través de pequeños detalles que complementan la información principal que se nos muestra. En este sentido es muy similar a Two Lovers de James Gray, el cual también demostró saber mostrar las emociones de sus personajes mediante recursos narrativos ajenos a ellos. Ambos consiguen hablar de sentimientos y de relaciones entre sus personajes sin tener que recurrir a diálogos que lo expongan, sino mediante pequeños objetos y sutiles detalles.

Porque la película trata especialmente de las relaciones entre los diferentes personajes. Cómo unos se muestran de una manera hasta llegar a un punto de giro en el que todo cambia completamente y el espectador siente que todo lo que ha visto puede no ser del todo cierto. De nuevo comienza el ciclo narrativo y de nuevo nos hacen dudar sobre la veracidad de la historia, hasta el punto en el que nos planteamos todo.


De lo que sí se encarga el director de dejar claro es del enorme erotismo que inunda toda la película. En algunos momentos de una manera sutil mientras que en otros son tremendamente explícitos, pero siempre presentes de una manera u otra. Las relaciones que viven los personajes son mayoritariamente físicas, y en algunos puntos son hasta enfermizas. Pero estos puntos también atesoran una belleza que el director se encarga de mostrar mediante composiciones geométricas de los planes y objetos que no se esconden cargados de simbolismo.

Pese a que pueda parecer larga, ya que son casi dos horas y media de metraje, es una auténtica delicia desde el principio hasta el final, con algunos momentos realmente memorables. Park Chan-wook, tras su desafortunado paso por Estados Unidos, ha tenido que volver a su tierra natal para realizar la que  es su mejor película hasta la fecha, la más personal y la que, con permiso de aquella famosa escena de Oldboy, quedará grabada en la memoria de todos los que amamos el séptimo arte. Sin duda, la película del año.



Carlos Sanz

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